MUJERES CRISTIANAS Y MUSULMANAS EN EL SIGLO X
La España del siglo X, estaba dividida por dos religiones. El cristianismo en el
norte, y el islam en el sur, dos tipos de mujer poblaban la tierra de Hispania,
y estaban regidas bajo distinta
jurisdicción.
La mujer musulmana.
La sociedad islámica, basaba la familia en la poligamia,
bajo la absoluta obediencia al padre, El hombre musulmán podía casarse hasta
con cuatro mujeres, además de poder
yacer con cualquier esclava o concubina, y tanto sus esposas como sus hijos le
debían una total obediencia.
Bajo estos pilares sociales, crecía la mujer musulmana, de
niña permanecía junto a su madre en el harén.
Si era afortunada y vivía en una ciudad,
quizá podía visitar la escuela.Hasta que le llegaba la primera menstruación, y
cuando estO sucedia comenzaba su vida de apartamiento y soledad.
Tenía que esconderse de las miradas lascivas masculinas. Y
vivía en la parte destinada para las mujeres de la casa. Si llegaba alguna
visita masculina a ver al padre de familia, ella no podía comer en la mesa con
ellos.
Si la familia tenía dinero podía aprender a tocar algún
instrumento musical , como el Laúd ,
para encandilar a su futuro esposo. El
padre o tutor la podían casar con cualquier interesado que estuviera dispuesto
a pagar la dote. En muchas ocasiones ni siquiera intercambiaba una palabra con
su futuro esposo, y podía ser de cualquier edad
o condición.
Lo normal es que el “novio” se presentara en la casa gracias a las referencias de alguna
viuda o divorciada, que hacían de
alcahuetas contando las virtudes y los “posibles” de las familias que conocían.
El matrimonio de la mujer musulmana era un contrato civil,
con procuradores, en presencia de testigos, era parecido a un negocio de compra y venta, por una parte el novio aportaba una
dote que se repartían, el padre y una vez consumado el matrimonio la hija (pagadera
hasta en 20 años).
Sobre el papel, la mujer mahometana, tenía derecho a
concluir contratos, contraer compromisos, disponer de sus bienes, o hacer
testamento e incluso pleitear con su marido.
Pero lo normal es que una mujer casada pasara de la casa del
padre a encerrarse en el harén de su esposo.
Una vez allí solo podía ser visitada por otras mujeres y
familiares, y solo podía visitar a estos. La esperaban noches de soledad encerrada en su cuarto, y
sumida en un régimen de rotación con las demás esposas, y si además el marido tenía
dinero, no era extraño que dedicara sus favores a un gran número de esclavas, normalmente del
norte de la península.
Si el marido tenia fortuna tendría sirvientas y nodrizas y estaría
en igualdad con las otras tres esposas, y si era pobre caía sobre ella todas
las funciones domesticas, siempre sojuzgada al marido que podía golpearla y abandonarla si no obedecía.
El hombre siempre podía usar el derecho al “repudio” , bastaba que lo hiciera tres veces en un mes para anular
el contrato de matrimonio y para poder abandonar
a su mujer en la calle con su dote, obviamente la mujer mahometana estaba al libre
albedrio de su esposo, que siempre podía sustituirla por otra.
Por si esto fuera
poco el marido podía convertir en negocio los intentos de su mujer por divorciarse.
Ya que delante de un juez el siempre podía negarse a dar por finalizado el matrimonio y la mujer tendría que seguirle de nuevo a
casa, lo que obligaba a no pocas hembras a pagar a sus propios maridos para que
firmaran su divorcio. Muchas de ellas se
suicidaban ante la idea de volver a la casa junto al hombre que las pegaba y
humillaba a diario.
Las mujeres mozárabes.
En el Califato de Córdoba Junto a las mujeres
mahometanas pasaban sus días sus vecinas mozárabes, algunas poblaban los monasterios, consagradas a su compromiso con Dios.
Otras pese a que vivían en casas marcadas (por ser
cristianas) y con vestimenta y adornos que denotaban su confesión gozaban de
una mejor existencia.
Unidas en sagrado matrimonio ante dios como compañeras y no siervas, ni podían ser repudiadas ni podían divorciarse.
A su vez eran honradas como la única esposa
de la casa, y amparada por la ley de Cristo, lo que las convertía en
tremendamente piadosas ya que conocían la vida de sus vecinas mahometanas.
Estas mujeres no eran rotadas ni convivían con esclavas
sexuales, y sabían que sus hijos perpetuarían su linaje.
Las esclavas.
Pero si había algo
que hacía perder la cabeza al hombre musulmán de la época eran las esclavas,
sobre todo las del norte de España, muchas veces eran capturadas en las aceifas veraniegas. Y su demanda era constante en los mercados
Toledo, Córdoba o Sevilla.
En muchos caos entraban a servir en las casas donde eran
martirizadas por las cuatro esposas ya
infelices del hombre de la casa, y si eran bellas se convertían en un mero
juguete para el señor del hogar.
La moda del momento eran las esclavas gallegas, era tal su demanda, que picaros mercaderes
no dudaban en falsificar sus documentos para vender como gallega a cualquier
desgraciada.
No pocas esclavas se convirtieron en favoritas de los
califas cordobeses, como Abderraman II o Hixen I, pero lo normal es que cuando su belleza se marchitaba, acababan de
nuevo en el mercado siendo subastadas.
La gran oportunidad para las esclavas era concebir un hijo
de su amo, esto hacia que este gozara de los mismo privilegios de cualquier otro hijo
del hombre de la casa, y a su vez impedía la venta de la esclava.
Mujeres cristianas del norte de España.
Distinta era la vida
de las mujeres en el norte, las familias se basaban en la monogamia y en los
compromisos adquiridos ante dios y la iglesia.
La mujer tenía igual derecho que el hombre a la herencia y habitualmente
decidía junto a su marido el futuro esposo de sus hija.
El matrimonio lo
realizaba un sacerdote que bendecía la unión,
el marido dotaba a su esposa según le era posible. Y esta dote no iba al padre si no a la novia.
Que disponía de el si a la muerte del esposo no había tenido
descendencia.
Los novios recibían prebendas y presentes de los padres de de ambos conocidos como “axuares”
. Los bienes los administraba el marido
pero jurídicamente permanecían separados.
Para cualquier tipo
de venta o enajenación, era necesario la firma y el consentimiento de ambos. Incluso
si el hombre gastaba la fortuna del
matrimonio, la mujer tenía derecho a pleitear por su parte.
A la muerte de uno de los cónyuges se terminaba la sociedad,
y el reparto era equitativo si había descendencia, la mujer podía disponer de sus bienes hasta la hora de su muerte.
Ya siendo viuda la mujer podía tutelar a sus hijos,
y podía ser parte en juicio, ser fiadora en acciones civiles o en actos
judiciales.
De esta forma la Iglesia había logrado transformar ciertas
costumbres “germanas” el concubinato de los siervos y la figura del
repudio. Creando uniones indisolubles impidiendo de esta forma que los señores
pudieran anular los matrimonios de sus siervos.
La mujer cristiana debía
obediencia a su marido pero era compañera no “sierva”, todos los actos jurídico
de la familia se hacían invocando a los cónyuges.
Si además el
matrimonio era de buena posición, la esposa gozaba de los honores del marido, y
recibía los títulos ajustados a su posición social. Incluso intervenía en los
actos y firmaba documentos.
Además si la mujer cristiana llegaba a ser reina, acudía a
las asambleas de obispos y magnates, y si enviudaba ejercía la tutela de sus
hijos (firmando ella los decretos reales) hasta que el varón primogénito estuviera en disposición de
mandar.
Aunque los maridos engendraran hijos bastardos, solía ser algo
excepcional, no como en el Califato de Córdoba donde había hombres que habían engendrado hasta cien hijos.
Pero si algo caracterizaba a estas mujeres era su enorme
fortaleza, aglutinadas junto a sus esposos en la franja norteña, la más fría y
hostil de la península, donde cada
verano tenían que luchar contra las incursiones musulmanas que saqueaban y
robaban el trabajo del año. Donde los maridos tenían que ir arar la tierra
armados con sus espadas.
Acostumbradas a luchar y a reprimir cualquier deseo
mundano, temerosas de
Dios y tan trabajadoras que acostumbraban a poner en pie las piedras que la ultima aceifa hubiera destruido, con un
gran compromiso con Dios. Este era tal que no dudaban en unirse por miles a los monasterios de clausura, o
donar parte de sus posesiones a crearlos.
Rara era la familia
donde una de las hijas no tomara los hábitos, y desempeñaron un poder político emergente como
la reina Toda.
Eran pobres nuestras predecesoras , pero tan laboriosas que
trabajaban la tierra con su propias manos portando a su descendencia con ellas. Sobrias
en el vestir y tremendamente
disciplinadas, en un ambiente hostil, pero
que grandes y qué ejemplo deberían ser para nosotros.
“Si te ha gustado el articulo compártelo”.
Fuentes.
Del ayer de España. Claudio Sanchez Albornoz.
Wikipedia.